YO SOY inmortal
A.M. King - Arcangelo Miranda












parte 1- del capí­tulo
Presentación del libro 
“¡Este libro es un  cúmulo de tonterías!”, seguramente oiré decir con frecuencia. 

Podría indicar mil hipótesis y pruebas científicas poco difundidas para contrastar con esta consideración, junto al hecho de que si una cosa no ha sido aún probada por la Ciencia no es necesariamente no-verdadera.
No todavía…

Popp affirmaba que por “científico” se entiende un acontecimiento que, reproducido en las mismas condiciones, da lugar siempre al mismo resultado. Esto, sin embargo, con la condición de que la Ciencia tenga los instrumentos para reproducir o verificar el evento: depende, de hecho, del tipo de evento.

Hoy puedo afirmar con extrema certeza que hay eventos que ocurren dentro de nosotros que por su naturaleza y por su imponderabilidad, son tan estupendos como difíciles de escrutar y estudiar a nivel científico, también por el hecho de que casi nadie de quienes viven esos eventos  desea convertirse en  un fenómeno de circo para dejarse estudiar por la Ciencia.

Los fenómenos paranormales, esos que también  las universidades norteamericanas  tratan de estudiar y catalogar, pueden ser estudiados sólo en los aspectos fenoménicos que ellos manifiestan, y por lo tanto se puede medir una sombra de ellos y no su verdadera naturaleza.

No es posible “medir” el éxtasis, pero es posible relevar un fenómeno que le atañe: cómo cambia la neuroquímica del cuerpo que vive el evento.
Por lo tanto no hay ningún modo para la Ciencia de poder estudiar directamente eventos interiores si no por los efectos, la sombra, que ellos determinan en el mundo fenoménico; un fenómeno puede sólo interactuar con otro fenómeno.

Se abre entonces el panorama de universos paralelos al nuestro, que no siendo de la misma sustancia, no logran ser visibles a nuestros instrumentos de medida, pero nuestras aperturas de conciencia nos hacen penetrar en esas realidades y provocan efectos aquí, y son esos efectos los que se pueden estudiar; pero son sólo la sombra de la verdad...
La vida no es monopolio de ninguna dimensión; ella existe y provoca efectos en todos los planos de existencia y dado que los planos son determinados por la mente, debemos ya considerar el hecho de que la Vida no es la mente, sino más bien un  algo que usa la mente para viajar y para pasar de un universo a otro: la Vida no es parte de este ni de ningún otro, y si la Vida es Dios (y lo es), debemos también entender que ella no podrá nunca ser comprendida en la mente dado que en ella se manifiesta sólo como fenómenos, como realidad, no como Verdad. Al contrario de un fenómeno, la Vida no puede ser comprendida: puedes sólo serla.

Pero de todos modos la Vida viaja en la mente bajo la forma de energía en el acto de expresarse a sí misma, de producir un fenómeno: ella viaja de un universo a otro a fin de cumplir una manifestación, y para hacer que eso ocurra también en nuestro mundo es necesario que en este mundo existan condiciones que permitan entrar a estas energías externas, crear un efecto y luego salir.

El no conocer estas y otras condiciones particulares, no permite a la Ciencia poder efectuar pruebas científicas sobre los fenómenos paranormales, ya por su naturaleza bastante inconstantes y  renuentes a dejarse estudiar.
Debo pensar, sin embargo, que algunos fenómenos son  deliberadamente ignorados y hasta “atacados” por la Ciencia puesto que, si fueran considerados, muchas aplicaciones, especialmente militares, podrían de algún modo verse comprometidas.

Un sistema cualquiera, para ser mantenido con vida, debe recibir una cantidad mínima de energía a fin de que cumpla el trabajo para el cual está destinado. Por debajo de ese valor, el sistema tiende a detenerse, se degrada y se detiene.

La vida es movimiento, y todo lo que tiende a detenerse, muere y desaparece. En cualquier sistema en equilibrio el flujo de las energías entrantes necesarias para cumplir un trabajo está equilibrado con las energías salientes, pero cuando las entrantes están por debajo de cierto límite, el sistema tiende a detenerse. Este límite es llamado “punto de no retorno” y si no intervienen factores externos, el sistema tiende inevitablemente al colapso.

Enteras civilizaciones desaparecieron cuando ideales vitales fueron sustituídos por demasiados intereses personales por parte de la clase política; cuando en una pareja la entidad de las discusiones y de los malentendidos supera un cierto límite, puede ser necesaria la intervención de un consejero matrimonial que, en calidad de árbitro, inyecta una dosis de racionabilidad y revitaliza el sistema.

La vida biológica funciona de la misma manera: existen en nuestro cuerpo dos sistemas de regulación, uno dirigido por la glándula Hipófisis, que inhibe estados vitales; el otro, dirigido por la glándula Pineal que, en cambio, puede ser considerada el director de orquesta de la Vida.  Si la actividad de esta última es inhibida por los condicionamientos humanos que hiperactivan la Hipófisis, así como del centro de control de una central eléctrica se puede cortar la energía a un barrio a la vez en una ciudad, de la misma manera esta alteración  se traduce en una pérdida de energía a nuestro cuerpo por inhibición del ingreso de energía vital a través de los chakras y por lo tanto, de las otras glándulas endócrinas.
El primer barrio biológico al cual el sistema alterado corta la corriente es el de la glándula  del timo.
Desde ese momento se inicia el envejecimiento y el cuerpo, por incercia biológica, comienza a recorrer su camino hacia la muerte.
A la pregunta “¿Cuál es el síntoma clásico de envejecimiento?” casi todos responderían las clásicas canas. El timo, en efecto, produce cobre en un particular estado de la materia que no es ni molecular ni metálico y que resulta invisible a las habituales técnicas analíticas. La presencia de este material en lo que podríamos definir “un estado alterado de conciencia material” es lo que determina la integridad del color del cabello.
Iniciado el proceso de degradación, a continuación del timo, la energía es cortada  a otras áreas del cuerpo, por lo cual las otras glándulas endócrinas cesarán la producción de los propios elementos (siempre de tipo invisible a los habituales procedimientos analíticos) que biológicamente producirán desequilibrios, los cuales acelerarán el envejecimiento de otras partes del cuerpo de la misma forma que ocurre con el cabello; al final sobreviene la muerte por falta de energía vital.
Amor y muerte, en latín, tienen la misma raíz, donde amor = muerte y amor =a-mors con “a” privativa que define un estado de falta de muerte y por lo tanto la presencia de amor e inmortalidad contínuos.
Por tanto, amor y vida están unidos entre sí y son las condiciones basilares por las cuales la energía vital puede circular en el cuerpo y mantenerlo con vida. Cuando el ser se convierte en humano dado que se ha plegado a los condicionamientos del mundo material, emprende inevitablemente su viaje hacia la muerte.
Pero volviendo a este libro, debo decir que es verdadero  puesto que es mi experiencia y es también la ocasión para revelar públicamente una parte de mi existencia que considero fabulosa.

El año  1990 fue para mí la culminación de un período terrible iniciado con la muerte de mi padre a mediados de los años ‘80:  parecía que nada iba por buen camino, y en realidad nada andaba bien; era como una especie de maldición, todo parecía empeorar, durante años. En la segunda mitad de 1990 las cosas tocaron fondo y, por un serie de circunstancias, sentí que la vida se apagaba dentro de mí, y viví la experiencia de la muerte: entré en el famoso túnel, pero mientras estaba dentro, me impuse volver atrás,  porque sabía que no podía terminar allí; no llegué al fondo, a la luz que, de todos modos, veía desde donde estaba situado.

Abrí los ojos y pedí recibir ayuda en cualquier forma y después de algunos días tuve la noticia, de parte de una amiga de mi hermana, acerca de una conocida suya que había vivido una experiencia maravillosa después de la cual había entendido muchas cosas sobre la vida y se había convertido más en causa y menos en efecto de la vida misma.

Estábamos en octubre; no quise saber nada más y después de una serie de peripecias logré inscribirme para diciembre; la experiencia se desarrollaba en Florencia, comenzaría el miércoles de noche y terminaría el domingo de tarde.

No es mi intención extenderme sobre los increíbles y maravillosos métodos que usaban en aquel Curso,  que se trataba –posteriormente lo entendí- de un Curso de autorrealización y autoconciencia personal magistralmente orquestado. Me   “prepararon” para el ejercicio final y fue así que, con una preparación iniciada el miércoles de noche, llegamos a las 12 horas del domingo. Claudio, el instructor, me llamó y me preguntó si estaba pronto.

Hice el ejercicio  (no es ahora importante decir cuál fue) y sentí que me explotaba la base del coxis; sentía que la energía se movía y que explotaba avanzando hacia arriba, en dirección a la cabeza. Explotaba como si estuviese erupcionando un volcán, con estruendos interiores espantosos, de una potencia tal que me es imposible transmitir con palabras a quien no ha experimentado una erupción volcánica de cerca o vivido una noche de fin de año en Nápoles. Las explosiones pasaron a la base de la espalda y luego más arriba y aun más arriba, hasta llegar a la altura de las orejas. Fue en aquel instante que el instructor me detuvo; y sin embargo  estas explosiones podían ir más allá...

Se me había levantado la kundalini (sin embargo las personas que me conocen saben que estoy en contra de las técnicas que hacen esto, porque son verdaderamente peligrosas para quien no está listo) y había “visto” mis chakras, que puedo garantizar que no son sólo siete; de hecho algunas fuentes de información hablan de sistemas de diez, doce y más chakras en el cuerpo humano; pero son aún más y de tipologías diferentes entre ellos...

Lo que estoy por exponer es cómo me sentí aquel domingo 16 de diciembre de 1990 a la hora 12 y por varios meses más: mi conciencia se había expandido, me sentía como si tuviese decenas de metros de altura, y caminaba a más de veinte centímetros del suelo; muchas facultades paranormales se me presentaron y me eran útiles para ser advertido de lo que estaba  por ocurrir entorno a mí. La vida me ayudaba en todo y las cosas marchaban como yo quería; pero lo más importante era cómo sentía mi cuerpo: no estaba solamente vivo, sino que lo sentía inmortal.

Podía sentir correr dentro de mí ríos de energía de una entidad tal que el río Amazonas, aun en crecida, sería un torrente casi seco en comparación; este estado recordaba y confirmaba las palabras de Jesús cuando hablaba de agua burbujeante dentro de nosotros.

No tenía necesidad de comer, y si comía, mis dientes no se ensuciaban. Podría no haberme cambiado de ropa por semanas, ya que en ella no había rastros de humores corporales, por lo cual permanecía siempre limpia. Tampoco habría sido necesario lavar mi cuerpo: parecía siempre como recién salido de la ducha, pero mejorado por un natural perfume que lo envolvía.

Mis capacidades mentales se habían amplificado cien veces: era capaz de aprender cualquier cosa en poco tiempo y, también en poco tiempo era capaz de transferir este conocimiento a otros con una eficacia inconcebible para una mente humana. Mi fuerza física me permitía levantar pesos varias veces superiores al de mi cuerpo sin esfuerzo alguno. No tenía casi necesidad de dormir y cuando ponía la cabeza sobre la almohada, un segundo después de la orden de dormirme, estaba ya en el mundo de los sueños; al despertar estaba inmediatamente lleno de energía y lúcido. En mi cabeza sentía el cerebro de puro cristal, una sensación de pureza y limpidez nunca antes experimentadas. Las personas eran atraídas por mí aun sin conocerme, y las mujeres competían para estar cerca de mí. Alrededor de mi cuerpo físico, mi cuerpo electromagnético (o etérico)  estaba limpio: me había convertido en conciencia pura.

La acción más terapéutica que se pueda crear en alguien es la separación de sí mismo en cuanto espíritu, de la mente, sin el método del dolor, condición a su vez , sin embargo, peligrosa; en esta condición el individuo  SABE que no está sujeto  a los deseos del cuerpo y sabe que puede controlarlo como quiera.  Todo esto es sólo una pequeña parte de lo que me aconteció.

Lamentablemente ese estado de super-bienestar y de incontenible potencia duró poco más de un par de meses ya que no había sido alcanzado naturalmente, sino por medio de una técnica.

Pero lo que puedo afirmar es  que en aquel estado existía la  CERTEZA total de la inmortalidad.

Desde entonces cada respiración de mi vida se ha dirigido a reencontrar y conservar aquel estado.

Cada uno de nosotros cree lo que cree, y si vivimos una condición por un período necesario para “habituarnos a la idea” (convertirla en real) ella se transforma en nuestra realidad definitiva; así debe ser también para la sensación de inmortalidad.

Por desgracia la realidad de la inmortalidad es también la cosa más difícil a la cual habituarnos dado que su opuesto, el miedo a la muerte, es la más grande aberración del ser humano: un ser espiritual, por lo tanto inmortal, que tiene miedo a la muerte y que lucha por sobrevivir. Lo vemos todos los días: ¿qué aberración puede ser más grande?

Como sea, volver a obtener ese estado se transformó en el objetivo de mi vida, pero también, explicar a otros que se pueden alcanzar cimas de las cuales normalmente no tenemos conocimiento ni siquiera a nivel conceptual.


... continúa en el libro

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parte 1

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